Hace apenas un par de semanas EEUU y  Europa nos mostraban las dos caras de la moneda: a principios de  septiembre Obama ponía en marcha un plan –apoyado por el FMI- para  generar empleo y crecimiento mediante una inyección de 325.000 millones  de euros y le hacía llegar al Viejo Continente la necesidad de aumentar  el gasto público para salir de esta situación de estancamiento, al  tiempo que acusaba a los responsables europeos de “no ser lo rápidos que  deberían”. Como dice Carlos Fuentes, ”lo que hace es recordar la lista  de tareas que, en el mundo globalizado, le corresponde cumplir al  Gobierno. Comunicaciones. Escuelas. Administración Pública”. Nuestros  ministros de economía  se reunieron de inmediato para mostrar el más  absoluto de los rechazos a las propuestas norteamericanas y, es más, al  momento el  presidente del Eurogrupo Jean-Claude Juncker afirmó que no  aceptaba lecciones de Washington, Elena Salgado señaló que “EEUU también  tuvo en vilo al mundo este verano” y Merkel  que “la idea de estimular  la economía asumiendo aún más deuda es errónea”.
Con contundencia Europa rechazaba la llamada al gasto público  estadounidense y reclamaba de sus socios la austeridad más absoluta,  reafirmándose en la apuesta de París y Berlín de suspender las ayudas a  los países que no bajen su déficit. Y la realidad es que no se han  cortado un pelo  insistiendo en potenciar sus políticas neoliberales aún  a costa del  aumento del paro, la pobreza y la exclusión social de  millones de ciudadanos. Así hemos visto como en los últimos días los  dirigentes europeos vuelven a achantarse y aprueban un plan de  recapitalización para la banca de 100.000 millones mientras exigen  “mayores esfuerzos” a  Italia y España que ve también como, en esos  días, Estándar & Poor’s y Fitch bajan la nota a la banca española en  bloque, que JP Morgan denuncia que el gobierno de Zapatero incumple el  ajuste del déficit público y que Goldman Sachs le insiste en tomar  “medidas” y en que debe hacer una aportación del Estado a la banca  española de 58.000 millones de euros en el 2012. Y para más recochineo,  en la madrugada de este jueves pasado los líderes europeos deciden  insistir en más ajustes, más recortes y más restricciones: aparece mucho  dinero, muchísimo, para salvar el sistema financiero pero no para  incentivar la economía y la inversión pública.
Claro que no todo el mundo lo ve igual. Que no todo el mundo acepta  el sometimiento a los mercados de los poderes públicos. La ONU ha  afirmado en su último informe anual que la economía mundial se dirige al  “desastre” si los gobiernos persisten en aplicar políticas de ajuste;  Felipe González no ha dudado en dar la razón a Obama y en criticar la  “obsesión por el ajuste fiscal”; David Taguas, que fue asesor de  Zapatero y hoy es presidente de la patronal SEOPAN ha señalado que la  reducción de la inversión bajará el PIB y destruirá 72.000 empleos; para  Ignacio Ramonet “la austeridad conduce a una asfixia total de la  economía”; según J. Stiglitz “hacen falta sólidos programas de gasto  público y una reforma del sistema financiero internacional”. “Sin  crecimiento económico es imposible devolver las deudas y las políticas  de reducción del déficit público equivalen  a condenar a sus economías a  cinco o diez años de estancamiento”. Afirma que “tanto gobernantes como  votantes nos daremos cuenta de ello, ¿pero cuánto sufrimiento deberemos  soportar hasta que eso ocurra?”; el Nobel de Economía 2007 Eric Maskin  asegura que “al recortar gastos, España hace justo lo contrario de lo  debido y tendrá un profundo efecto en el empleo público. Derivará en un  crecimiento menor, con un importante efecto en los ciudadanos”; para  Paul Krugman “no es buen momento para la austeridad fiscal. Lo  responsable es gastar ahora y pensar en ahorrar más tarde”. “Con un paro  masivo deberíamos estar reconstruyendo nuestras escuelas, carreteras,  redes de distribución de aguas y demás y medidas agresivas para reducir  la deuda familiar mediante la condonación y la refinanciación de las  hipotecas, reducir drásticamente el gasto cuando uno se enfrenta a un  paro elevado es un error”; Dean Barker, director del Center for Economic  and Policy Research cree que si los gobiernos “incrementaran los gastos  en infraestructuras, pagara a los jóvenes por limpiar sus vecindarios,  diera a los gobiernos locales fondos para mantener empleos y animara a  los empresarios a acortar horas de trabajo en lugar de despedir a los  trabajadores, podría llevar de nuevo la economía al pleno empleo”; para  Miren Etxezarreta, catedrática emérita de Economía “los ajustes exigidos  asfixian la economía: disminuyen los salarios, aumenta el paro y se  reduce el gasto público”, y podría seguir citando a prestigiosos  economistas, pero la lista se haría interminable…
Pero todas estas  teorías no son nuevas. Franklin D. Roosevelt llegó a  la presidencia de EEUU en 1933, en plena gran depresión, con más de un  25% de parados, paralización de los créditos bancarios, cierres de  empresas, etc, y en vez de arredrarse y adoptar las políticas europeas  actuales, creó instrumentos de control de los bancos para frenar la  especulación financiera, medidas antioligopolio, separación de la  prácticas productivas y financieras…y, frente a la política actual  europea de rescate de los bancos con dinero público y para crear empleo,  ideó el New Deal (“prefiero rescatar a los que producen alimentos que a  los que producen miseria”) que inundó el país de grandes obras de  infraestructuras (escuelas, hospitales, carreteras, presas, centrales  hidroeléctricas, etc). Ha sido el único presidente estadounidense  reelegido en cuatro ocasiones.
Durante los tres últimos años el Gobierno no ha parado de hacer  recortes sociales de todo tipo siguiendo los mandatos de Europa y de los  mercados. Los resultados están a la vista: más paro y más pobreza. Las  cifras son apabullantes: casi cinco millones de parados (en Canarias  casi un 30% de la población activa y el 52% de jóvenes); más de dos  millones de parados de larga duración; ya son más de un millón las  personas que viven a expensas de los Servicios sociales porque no  reciben ninguna prestación económica; más de un 20% de la población está  por debajo del umbral de la pobreza; en Canarias 3 de cada 4 familias  (el 74,6% de los ciudadanos) se encuentran en riesgo de exclusión; el  42,5% llega a fin de mes con dificultades; un 19,4% tiene una calidad de  vida muy baja y recibe algún tipo de ayuda; un 12,7% padece pobreza  severa y un 32,5% no está integrado en la sociedad, según la Encuesta de  Condiciones de Vida y Redesscan. ¿No debe ser entonces el empleo lo  prioritario? ¿No es necesario potenciar un nuevo modelo productivo  frente a los recortes y los ajustes paralizantes?
No estamos hablando solamente de una crisis de los mercados, de una  depresión financiera. La realidad es que asistimos a una auténtica  crisis de la democracia. Estamos siendo testigos de cómo el  neoliberalismo se está haciendo con el poder del mundo, de cómo los  políticos neoliberales y los mercados neoliberales se están dando la  mano para poner de rodillas a la democracia y a lo público. Y de paso a  la ciudadanía. Y lo peor es que alimentan a un monstruo que se les puede  ir de las manos. A la historia me remito.
*Alcalde de Agüimes
 
 
 
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